Berlín 77 y otros relatos (2003)

The Nasty Boy From Mexicali

En una reseña de Berlín 77 (editorial Crash, 1997) que hizo la poeta Adriana Sing (Yubai, enero-marzo 1998), se decía que su autor, Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal (Mexicali, 1974), era “un escritor perdido en su propia pesadilla: un viaje fellinesco a los alrededores del modus vivendi de la clase media vista a través de los ojos de tres secuestradores tan inverosímiles como la realidad misma”. Y luego señala que Carlos Adolfo es “nuestro mexican saico, nuestro acercamiento a lo pervert, a la obsesión constante, repetida, de evidenciar nuestras miserias sociales y humanas”, un nasty boy mexicalense que navega por los “mares de la cultura pop y el reino del kitsch”.

A siete años de distancia de la primera publicación de Berlín 77, Gutiérrez Vidal publica esta novela corta junto con otras dos nouvelles ya conocidas: El cínife (1996) y Golden Showers (Platero y tú) (1998), bajo el título de Berlín 77 (y otros relatos) (Colección de Literatura, Fondo Editorial de Baja California, 2003), con lo que ahora, como relectores de esta tríada de farsas-tragicomedias-homenajes en tono de juego cómplice con el lector, podemos contemplar que su obra es, como lo expone Alejandro Espinoza en la cuarta de forros del libro, “una voz anómala dentro de la prosa bajacaliforniana”, lo que coincide con Sing, quien asegura que estamos ante “la parodia de nuestros días”, con su “fascinación por lo espeluznante”.

Sin embargo, discrepo de este análisis. Creo, con la distancia que da leer Berlín 77 en una realidad más ríspida, caótica y vulnerable que la de 1996-1998, que la narrativa de Carlos Adolfo no puede ser circunscrita a una obra radical por su temática escandalosa, por su violencia sexual y su amoralidad exhibicionista, que en la actualidad ha perdido mucho de su filo mediático y su morboso cinismo. En cambio, lo que hoy surge con mayor nitidez es la postura experimental de una escritura que apuesta por subvertir, a través de las teorías catastrofistas y los universos fractales, el juego mismo del lenguaje.

Es preciso aquí señalar que ciertamente la obra de Gutiérrez Vidal era una anomalía en la literatura bajacaliforniana de la segunda mitad de la década final del siglo XX, pues con las excepciones de Fran Ilich y Rafa Saavedra, es el único autor bajacaliforniano que había tomado la vida contemporánea y sus rituales de consumo y apareamiento para crear textos literarios que sampleaban tales modas y modos de vida con tal descaro. Pero Carlos Adolfo había ido más allá de relatar la vida de los jóvenes fronterizos en plena razzia o apañón (Ilich) o de hacer la crónica de los antros donde la música electrónica es vista como los diez mandamientos en la pista de baile (Saavedra). En sus tres novelas cortas, a Gutiérrez Vidal le importa menos el tema que la forma de estructurar una narrativa fragmentaria que puede saltar en todas direcciones y volver sobre sí misma con tal de mantener ocupada la atención de sus lectores.

Para nuestro autor, perteneciente a una generación que se ha caracterizado por mantener una postura cool ante el medio cultural y que siente que el mundo necesita ser digitalizado para que funcione adecuadamente, la literatura sólo puede existir como simulacro de la realidad, como pastiche de otros textos a los que canibaliza (ya sean las novelas de Kathy Acker o Platero y yo de Juan Ramón Jiménez) para regurgitarlos como nota roja, email, marca de fábrica, trastocamiento de los sentidos o examen de respuesta múltiple. Para Carlos Adolfo, toda narrativa es un “juego absurdo y vergonzoso” pero al que no logra sustraerse, un espectáculo “donde cada quien encuentra sus respuestas” sin necesidad de conocer las preguntas. Después de todo, como él mismo lo indica, “de niño odiaba a los fabulistas que todos llevamos dentro. All the children are insane. Beautiful friend”. Y Carlos Adolfo no quiere ser un fabulista sino la fábula misma, el cuento de nunca acabar. Un niño dual en su maliciosa inocencia que realata historias macabramente divertidas, confesionalmente ridículas, para ver a cuánta gente espanta, a cuántos lectores seduce con sus personajes atractivos y sus juegos peligrosos, con sus anzuelos de placer y sus relatos de adrenalina.

En cierto modo, Gutiérrez Vidal es un vendedor de emociones fuertes y vinos generosos, un dandy de la trama que juega a las escondidas con quienes se atreven a leerlo. Un nasty boy que oculta, detrás de sus escenarios ordinariamente freaks —¿O qué hay más freak que nuestra clase media y sus sueños de consumo y avaricia?—, la odiosa certidumbre de que la literatura sigue siendo la pregunta de abuelita con sonrisa de lobo: ¿Quieres que te lo cuente otra vez? Y Carlos Adolfo vuelve así a las andadas con Berlín 77 (y otros relatos) y de nuevo se lanza contra los molinos de viento que su generación aborrece con inicua displicencia: las rutinas familiares, la modorra citadina, los trabajos tediosos y las existencias impecables. Ese conjunto de espejos que tan bien los definen y tan exactamente los reflejan como hijos de una era donde la muerte ha pasado a ser una noticia repetida hasta la saciedad y lo privado es un espacio en extinción. De ahí que Gutiérrez Vidal sea parte de una nueva literatura donde el escritor ya no busque la originalidad del modernismo ni la relatividad sin compromisos del posmodernismo y se contente con ser un bip en la pantalla de su computadora, un brillo de fondo entre la estática prevaleciente.

Podemos concluir que Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal fue una anomalía de las letras bajacalifornianas de los años noventa del siglo pasado. Hoy que la literatura mexicana está hecha de anomalías sin cuento, vislumbramos el papel de heraldo que Carlos Adolfo jugó en el medio literario estatal y nacional. Un escritor proveniente del campo poético y de la poesía visual que saltó y asaltó a la narrativa mexicana con una mezcla divertida de hipertexto, pastiche, ensayo académico y guión cinematográfico. Un fabulador sólo interesado en el proceso mitopoyético de crear nuevas fábulas con viejos materiales de desecho. Un joven maestro de la prosa contemporánea que ha sabido crear monstruos increíblemente simpáticos, asesinos de niños con conciencia de clase, depredadores con corazón de cupido, sibaritas fronterizos a la Wal Mart, que representan las buenas costumbres de las mejores familias de nuestra sociedad de consumo. Al evitar cualquier consideración moralista, las novelas cortas de Gutiérrez Vidal son una experiencia virtual del costumbrismo actual, una lección de ingenio aristocrático en un mundo donde nothing like us ever was. De ahí su pertinencia creativa, su eficacia narrativa. El lirismo sorprendente que canta, sin inhibiciones, a la shopping way of life, a la idealización del deseo como antojo efímero, piratería a mansalva, zapping mental. Esa utopía del yo en expansión que no nace ni muere sino que infinitamente se vende y se compra, se oferta y demanda. Eterno retorno; reciclaje perpetuo; prosa que glosa la prosa.

 

Copyright © 2004 Gabriel Trujillo Muñoz. All rights reserved