Sarcófagos (1993)

Sarcófagos (1993)

Desde el sarcófago

En él no opera el contagio inmediato que daría cabida a un sinnúmero de simulacros más o menos eventuales. Su concepto del enigma poético se articula en la reflexión. Sus poemas son ataúdes accidentales donde la muerte, enigma de enigmas, aún está supeditada a mil transformaciones. La muerte es la metáfora inversa de la realidad porque es el refugio último del conocimiento. Ahí, más que abrirse, se rompen las puertas, se resquebrajan las dudas y los lamentos, principia la venganza contra las miserias y las apariencias del mundo real. Me atrevería a decir que la poesía de Gutiérrez Vidal es a posteriori.

Priva la desilusión acaso porque el poeta ha establecido una distancia entre él y sus objetos, lo que le permite interpretar sus visiones sin que por ello se alteren o se minimicen. Sin embargo, el símbolo de la muerte no es producto del hastío ni de una renuncia cuya resistencia esté sustentada en un principio de emancipación espiritual. Más bien Gutiérrez Vidal accede a otra dinámica. Le es necesario hacer recuentos pero desde una lejanía metafísica. Anhela, eso sí, un renacimiento candoroso donde las visiones sean otra vez harto deslumbrantes. Mientras tanto persiste la turbiedad y la razón hiela los recuerdos más memorables.

No existe, pues, espejo en el cual mirarse ni experiencia que no repercuta en un frenético desengaño. Por eso sus imágenes son estáticas y concéntricas, de suyo están complementadas por un concepto azaroso que más que definir desencadena nuevos estigmas y nuevas oscuridades. La luz es una idea pretérita que sólo adquiere sentido cuando está precedida de un flagrante impacto tenebroso.

En Gutiérrez Vidal pervive un placer demoníaco por la belleza entendida como contrapunto sus substancia del horror. De manera sistemática las creencias se desploman, los sueños se abisman y la vida transcurre solamente a expensas de la memoria. La muerte, tan próxima y tan lejana a la vez, es un estado posible de recuperación desde el cual se añora porque se vuelven a reinventar las visiones primarias. Impera la nostalgia ante la inminencia del retorno.

Desde el sarcófago, imagen suprema del no-tiempo y la no-presencia, se induce la posibilidad de un florecimiento sutil acaso más emancipado. El enigma está allí, porque allí se delimita o se amplifica para siempre. Todo lo demás es una ilusión, una apariencia impalpable que al tratar de capturarla desaparece. La ordinariez, entonces, no llega a ser más que el rejuego iluso que suscita credos en tanto que oculta evidencias.

Debo confesar que no hay en la joven poesía mexicana un ejemplo similar al de Gutiérrez Vidal en cuanto a definir y acotar el terreno restringido exclusivamente a su temática, sobre todo, en una primera empresa. Tampoco me importa saber cuál será la directriz de su arte. Lo que sí sé es que Sarcófagos es un universo cerrado que posee la suficiente riqueza conceptual e imaginativa que, sin duda, lo sitúan ya como un caso de excepción.

Texto leído durante la presentación de Sarcófagos y publicado en el suplemento Nostromo del diario Siglo 21, el domingo 28 de noviembre de 1993.


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